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San Bernardo nos dice en su sermón más celebre acerca de la Virgen María: que si se levantan las tempestades de las tentaciones, si cae el escollo de las tristezas, en medio de nuestros peligros, de nuestras angustias y de nuestras dudas; elevemos nuestros ojos y lancemos una mirada a la estrella e invoquemos a María, la madre de Dios.
Y que el pensar en María y el invocarla, sean dos cosas que no se aparten nunca ni de nuestro corazón ni de nuestros labios.
Porque si ella te tiene de la mano no te podrás hundir, bajo su manto nada hay que temer, bajo su guía no habrá cansancio y con su favor llegaremos felizmente al puerto de la patria celestial.