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La imperfecta fiabilidad del wabi junto a la bella transitoriedad del sabi convergen armónicamente hacia la expresión wabi-sabi, la cual se nutre de tres máximas: nada dura, nada está terminado y nada es perfecto. En la sociedad japonesa contemporánea, wabi-sabi se condensa habitualmente como sabiduría en la simplicidad natural o belleza incomperfecta - i.e., incompleta e imperfecta, pero perfecta en lo incompleto y completa en lo imperfecto. Con base en dichos preceptos, la escuela budista sugiere la apreciación del lado bueno, diferente y excitante del cambio; que dejemos de correr por el inagotable círculo del deseo para recorrer el camino del flujo.
⌚ Línea temporal:
00:00-02:43 - Introducción
02:43-07:17 - Sobre la impermanencia
07:17-18:00 - ¿Qué es el wabi?
18:00-21:00 - La noción de vacuidad
21:00-24:04 - ¿Qué es el sabi?
24:04-26:30 - Conclusión
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A grandes rasgos, la filosofía clásica japonesa entendía la realidad como un proceso de cambio continuo y perpetuo. En oposición a una escuela platónica que concebía un reino estable, perfecto, ordenado e inmutable de ideas o formas tras la ventana del mundo sensible, la corte asiática centraba su cosmovisión en un flujo eterno que se presenta ante unos sentidos limitados a captar y aceptar la dinámica cambiante. Así pues, este devenir ininterrumpido del mundo fue denominado por numerosas escuelas tradicionales con el apelativo de impermanencia (o mujō): “Nada permanece; todo cambia excepto el cambio”. En sus Ensayos de la ociosidad, el sacerdote budista Yoshida Kenkō expresó sus intuiciones estéticas respecto a esta noción con un halo un tanto catastrofista: «No importa lo joven o fuerte que seas: la muerte llegará antes de lo que te esperas. De hecho, es un milagro extraordinario que la hayas evitado hoy. ¿Crees de veras que tienes suficiente coartada para relajarte?». De buenas a primeras, tales declaraciones podrían interpretarse como una manifestación de lamento desesperado o apabullante ansiedad. De facto, el desconsuelo y la soledad constan como componentes sustanciales de la no-permanencia. A fin de cuentas, es tan sólo cuestión de tiempo que gran parte de lo que nos es familiar, conocido y entendido acabe por resultar extraño, desconocido y atópico debido al inexorable y basto proceso de transformación. No obstante, la tradición budista mahāyāna en Japón aludía mucho más a menudo al concepto de mujō como motivo de celebración y, sobre todo, una llamada a la acción para abandonar la quietud, sumergirse en la actividad y disfrutar de todos aquellos momentos que, por cierto y seguro, nunca volverán. Con arreglo a esto último, el principio de impermanencia guarda notables similitudes, pues nos suscita a abrazar cada instante del devenir y, con ello, el conjunto de sus cualidades corrientes, bien sean hermosas u horrendas, puras o impuras, agradables o repudiables, esperadas o inesperadas, etc. Eso sí, la propia filosofía mahāyāna anticipaba que la comprensión verdadera no podría alcanzarse exclusivamente mediante el lenguaje; es menester aceptar en conjunción el sistema no-verbal: prácticas, rituales, sentimientos, etc. En aras de describir pragmáticamente las implicaciones de este marco teórico, procederé a examinar los dos vocablos que protagonizarán el resto de la disertación.