Los romanos tenían muchas similitudes con el concepto de ciudadano de los griegos. Su pequeña variante reside en quiénes merecían ser ciudadanos, pues para los romanos estos eran todos aquellos que habitaran en la civitās ('ciudad' en sentido amplio), de un padre y una madre que fueran ciudadanos, y a los cuales se les otorgaban derechos. Los mismos esclavos podían conseguir su libertad y volverse ciudadanos. Sin embargo, la ciudadanía romana se podía perder principalmente por tres motivos: porque un hombre libre cae en la esclavitud; porque el ciudadano cambia de civitās o de comunidad y por ser extranjero. Los derechos de los ciudadanos romanos iban desde poder constituir una familia, a tener esclavos y a liberarlos, hasta el derecho a contraer obligaciones; a votar en los comicios decidiendo sobre la guerra y la paz, así como a la creación y designación de los magistrados, hasta el de ser elegido, precisamente, a las magistraturas. Este sentido de ciudadano se modifica cuando, al término de la Edad Media, los filósofos naturalistas sugieren que la libertad individual, en el mundo moderno, no depende de la pertenencia a la comunidad. Al contrario, la antecede y la condiciona, idea que surge gracias al nacimiento del Estado moderno y después de la Declaración de los Derechos Fundamentales del Hombre que deja como consecuencia la Revolución francesa; haciendo que el concepto del ciudadano descanse en estos derechos políticos, civiles y sociales. Así, el ciudadano responde a una colectividad, a una pertenencia a la comunidad y que los hace iguales gracias a esos derechos.