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🔷 A mediados de los años 80, gracias mayormente a los intensos programas de rally que se venían conjugando a lo largo de todo el continente europeo, Audi terminó de forjar su más que merecida reputación. Podría parecer que en esta época de bonanza los de Ingolstadt tenían resueltos con cierta solvencia todos sus programas deportivos y comerciales. Nada más lejos.
🔶 Al otro lado del charco, en la soberana Norteamérica, se extendía un vasto mercado automovilístico cuyo desarrollo industrial y tecnológico se venía consagrando mediante una paulatina prosperidad, y ese precisamente, no era entonces un escenario en el que los rallys se asentaran con demasiado éxito. Dicho esto, aunque Audi gozaba de un poderoso estatus deportivo que catapultaba sus ventas en el viejo continente, la población estadounidense todavía no sucumbía a los atributos de los cuatro aros.
🔷 Se requería con urgencia de un plan que captase la atención norteamericana y así dar el salto a aquel nutritivo mercado. En este punto, además, la firma decidiría centrar su atención en los robustos y colosales sedanes, en lugar de seguir evolucionando su tradicional AS, el Sport Quattro. De hecho, en 1986 ya pusieron a disposición de Hannu Mikkola un 200 quattro para competir en el Grupo A de rallys. Así, el piloto finlandés lograba su último podio con este barco alemán en 1987.
🔶 A pesar de que Audi ya había aterrizado deportivamente en suelo americano participando en el idílico Pikes Peak, la competición sobre caminos polvorientos no terminaba de cuajar entre el público nacional. Para solventar su cierta ineficiencia mercantil, los alemanes recurrieron a una de las mayores demandas deportivas del país, tomando uno de sus robustos Audi 200 y configurándolo bajo algunas especificaciones NASCAR. ¿El escenario? Precisamente uno de los circuitos más rápidos del país: Talladega, el icónico Superspeedway emplazado en el estado de Alabama.
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