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Las maldiciones sobre nuestros ancestros tienen efectos destructivos también en nosotros, y seguirán afectando incluso a nuestros descendientes, manifestándose en forma de tendencias o inclinaciones hacia esos mismos errores y pecados (aunque la responsabilidad recae en quien los comete).
Cuando oramos por la sanación de nuestros antepasados, por la sanidad intergeneracional o por nuestro árbol genealógico -ancestros, antepasados o como se les quiera llamar- se rompen las cadenas y comienza a fluir sanidad entre las generaciones. Para Dios no hay pasado ni futuro; para Él, todo es un eterno presente. Él puede actuar y actúa siempre que se lo pedimos, porque Él es el mismo ayer, hoy y siempre (Hebreos 13:8). Para Él, todos viven, pues no es un Dios de muertos, sino de vivos.