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En medio de una tormenta, dos hombres pedían asilo para pasar la noche, nadie los quería alojar en su casa porque su aspecto era como el de un par de mendigos. Ignoraban los pobladores de esa ciudad que se trataba nada más y nada menos que de Zeus y Hermes. Sólo Filemón y Baucis, su esposa, brindaron con amabilidad un sitio para que descansaran los viajeros. Ante la mirada atónita de Filemón, Baucis se percató de que algo extraño pasaba, pues a pesar de haber servido varias veces las copas, la jarra de vino seguía estando llena.