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El punto más bajo del festival a criterio de quien suscribe, Scorpions parecía una banda sin alma, más allá de que hayan sonado muy parejos y de que muchos de sus clásicos sigan sonando demoledores en vivo. Salvo en esos pequeños tramos, en muchos pasajes la banda parecía desconectada y artificial, sin fuerza ni capacidad de transmitir demasiado al público. El cuadro termina de completarse con un Meine en modo Señor Burns que nunca logra despegar de esa especie de altergamiento por el cual transita durante todo el show al que se le suma su total falta de carisma y su poca capacidad de comunicación y feedback con el público. De todos modos, la banda sigue dando sorpresas, sobre todo en la figura de Mikkey Dee, su baterista (no pude dejar de acordarme del viejo Lemmy cada vez que lo veía) cuyo colosal, impecable y prepotente solo logró levantar el promedio de rendimiento y colocarse como uno de los puntos más altos de todo el festival.
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