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Cuando en 1997, bajo el cielo de estas mismas pampas y en el recinto del Club Ferro Carril Oeste, Coverdale decidió ponerle un punto final a la criatura que había parido poco más de veinticinco años antes, jamás se le hubiese ocurrido que en el 2019, veintidós años después de aquel primer amague, Whitesnake seguiría en pie.
Es que desde esa primera disolución, Coverdale se dio cuenta que, a fuerza de combinar nuevos y mayormente buenos discos con fuertes pinceladas de nostalgia, bajándole la intensidad a algunos temas, apoyándose sólo en sus hits y convocando a sangre joven, la rueda podía volver a girar. A media velocidad, sí, a veces a los tumbos, también, pero siempre pisando terreno firme.
Durante su nueva presentación sin ningún aroma a despedida la Serpiente Blanca volvió al país para presentar "Flesh&Blood", su nuevo trabajo y demostrar que, desde aquella primera intentona de separación, ha pasado mucha agua bajo el puente pero la reinvención permanente ha sido la pócima de la que el viejo Coverdale sorbió para mantener viva la llama de su criatura.
La banda aterrizó en Buenos Aires que, dicho sea de paso y como sucede con otros grandes artistas que llegan hasta este extremo del continente gracias a la convocatoria que un festival de la talla de Rock In Rio puede congregar. Tanto la plaza porteña como las otras del resto de Sudamérica son apenas pequeños satélites que orbitan en torno al mega festival carioca, ya que si no fiera por este monstruo de varios días, las cuentas no cerrarían para ninguno de los promotores o mánagers.
Como en las últimas dos presentaciones, la fórmula produjo el efecto esperado porque se repitió con un metodismo asombroso. De ahí que la Serpiente Blanca sonara sólida por dos factores esenciales; el primero, la estabilidad de sus miembros algunos en el ruedo desde 2002 y, el segundo, porque Coverdale supo rodearse de jóvenes que, al margen de no disputarle el ego, aportan un sonido fresco, otorgándole a los clásicos de siempre el merecido clima para que la voz añeja y desgastada de su frontman pueda surfear sin problemas las ya de por sí mansas y edulcoradas aguas en que temas como "Bad Boys" o "Give Me All Your Love", antaño más pesados, se fueron convirtiendo.
Es de destacar el trabajo magistral del único coetáneo de Coverdale, el baterista Tommy Aldrige incluso un año mayor vitalicio en el rubro, quien aún logra golpear en el momento justo manejando así los tiempos con la misma prestancia y la misma fuerza con que lo haría cualquier iniciado.
Una vez más, la experiencia se impuso y la ecuación de acostumbre dio positiva, la nostalgia hizo un monumental trabajo y los nuevos temas apenas asomaron en el set list, porque para la Serpiente Blanca no importan tanto las nuevas rolas como sí jugar con las cartas ya marcadas por el efectismo de aquel pasado que, por supuesto, siempre fue mejor.
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